lunes, 7 de mayo de 2018

Conservadores de Suecia buscan aliarse con la ultraderecha para terminar con la corrupción del gobierno


Conservadores de Suecia buscan aliarse con la ultraderecha en próximas elecciones
. 28 enero, 2017
 Jimmie Akesson, líder del partido ultraderechista Demócratas Suecos.
Jimmie Akesson, líder del partido ultraderechista Demócratas Suecos.
Estcolmo
Con el objetivo de tumbar al gobierno minoritario de izquierda en Suecia, los conservadores tienden la mano a la extrema derecha, una estrategia muy polémica en el país.
Las formaciones políticas tradicionales del país escandinavo mantienen desde hace años un cordón sanitario contra los Demócratas de Suecia, un partido nacionalista y antiinmigración con una ideología inspirada en el movimiento neonazi.

Desde las elecciones legislativas del 2014, que llevaron al poder a los socialdemócratas y los verdes, Anna Kinberg Batra, presidenta de los Moderados, quiere tomar las riendas sin esperar a las próximas elecciones, previstas en el 2018.
Apuesta riesgosa. A falta de alternativa ha optado por los Demócratas de Suecia, arriesgándose a hacer implosionar la alianza opositora de su partido con los liberales, los centristas y los democristianos.
"Ignorar un partido tan importante del parlamento no ha funcionado" hasta ahora, alega Kinberg Batra, conocida como "AKB". Partiendo de esta base, ha invitado a los Demócratas de Suecia a apoyar un eventual proyecto de ley de finanzas de derecha.
Y no se ha quedado ahí: "En algunos temas, es posible ponernos de acuerdo", asegura, sin precisar los ámbitos en los que contempla una negociación.
El viernes, los Moderados anunciaron una toma de contacto "pronto" entre consejeros de los jefes de los dos partidos.
Dirigidos por Jimmie Åkesson, los Demócratas de Suecia han ganado simpatizantes a raíz de la crisis migratoria del 2014 y el 2015 que llevó al país a acoger a casi 250.000 solicitantes de asilo, más que cualquier otro europeo en proporción a su población (10 millones).
El último sondeo le otorgaba el 21% de intención de voto, convirtiéndolo en el segundo partido del país después de los socialdemócratas. Entró en el Parlamento en el 2010 con el 5,7% de los sufragios y en cuatro años duplicó el resultado (13% en el 2014).
El Centro y los Liberales no quieren ni oír hablar de los ultraderechistas, pero los democristianos están dispuestos a aceptar los votos de los Demócratas de Suecia para lograr la aprobación del proyecto presupuestario de la oposición y tumbar al gobierno saliente.
Los Demócratas de Suecia están exultantes y ponen sus condiciones. Åkesson, de 37 años, un estratega hábil que ha contribuido a "desdiabolizar" al partido, reclama "influencia en la composición del gobierno" en el caso de que AKB se salga con la suya.
La hipótesis es bastante lejana, habida cuenta de lo que piensan los diputados centristas y los liberales, que no quieren bajo ningún concepto asociarse con la ultraderecha, a la que el primer ministro considera un "partido nazi".
Los editorialistas estiman que Kinberg Batra ha tomado en cuenta la opinión de los diputados, activistas y simpatizantes que defienden la apertura a la derecha para que la izquierda caiga antes del 2018.
"Nuestra misión no es permitir a Stefan Löfven aplicar una política de izquierda" sin obstáculos, declaró a la AFP Camilla Brunsberg, responsable de un comité de Moderados en el sur de Suecia .
Un sondeo publicado el martes muestra una fuerte división en la derecha: el 63% de los votantes conservadores quieren una cooperación con los Demócratas de Suecia , contra solo el 16% que se opone.
En los países vecinos hay menos debate. La derecha antiinmigración participa en las coaliciones gubernamentales en Noruega y Finlandia, e influye en la política danesa desde el comienzo de los años 2010.
El famoso filósofo Jacques Rancière, por ejemplo, ha desmentido la idea de que la democracia sea reducida a consenso. De hecho, para el ilustre pensador, la democracia es siempre lo ingobernable, lo que constantemente irrumpe sobre el orden establecido, porque siempre hay alguien que reclamará igualdad de derechos.
Pretender entonces que un Estado representa lo universal de un pueblo es bordear los peligrosos límites de los totalitarismos. Y Occidente parece coquetear cada vez más con ese abismo.


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